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06 enero 2010

Crónicas Tanzanas V: Babati. (2ª Parte). Si pasas de ahí, mueres.


El Monte Hanang desde el Lago de Babati

Una vez dormidos, y desayunados, y aún asimilando que el objetivo del viaje era definitivamente inalcanzable, decidimos dar un paseo por la encantadora ciudad de Babati.
Rodeados de verdor y humedad emprendemos camino para llegar hasta donde nos han dicho que unos "mzungus" (hombres blancos) construyeron hace años una planta de gas ecológica, que todavía hoy funciona y además proporciona electricidad y permite cocinar a unos pocos vecinos de las afueras del pueblo.

La planta está a unos 6 o 7 km , de manera que el camino se hace pesado a ratos cuando el calor empieza a apretar.

Una vez en el lugar, enseguida apreciamos que tiene todo el aspecto de una granja. El "encargado" nos confirma que efectivamente  así es, y nos conduce por los corrales y establos, enseñándonos todos los rincones de aquel sitio hasta llegar a un recinto compartimentado donde unas pocas vacas (cuatro) rumian relajadas mientras nos miran con indiferencia.
Las vacas son suizas, como la de Milka pero no en morado claro, sino en blanco y negro. Nos dicen que las trajeron también los mzungus.
Los excrementos de las vacas, nos explica el encargado, van a parar a una especie de canales que desembocan en un gran depósito, donde son mezclados con agua que sale de una manguera. Mientras nos hace una demostración del proceso podemos ver como se hunde hasta las rodillas en un charco de mierda, para después remangarse hasta los codos y hacer una mezcla en directo para que no perdamos detalle de la metodología de producción de la planta.

 Vacas suizas vs vacas maasai
Una vez bien removida la materia prima, nuestro hombre la mete por un agujero en un tanque subterráneo del que sale una pequeña manguerita del ancho de un dedo, y por la que se ven manar unas burbujitas de metano, producto de la descomposición de la materia orgánica contenida en los desechos de las vacas suizas de Babati.

Es decir, la famosa planta ecológica de gas era en realidad "una fábrica de pedos".

Alucinados con la visita, continuamos al interior de la casa siguiendo el recorrido de la manguerita. que al entrar se dividía en 2 ramales. Una vez dentro el dueño nos encendió la luz del salón, que resultó ser una lampara de gas conectado al tubo de goma, pero que por el olor que desprendía fruto de la mala combustión parecía estar conectado directamente al culo de la vaca. El otro ramal llegaba hasta la cocina, donde una cacerola humeaba, y donde supusimos se cocían unas judías al metano, o un arroz al cuesco.


Durante la, a pesar de todo, encantadora visita a la planta de gas, hacemos unos cuantos amigos entre los vecinos de los alrededores, que amablemente nos acompañan hasta una colina cercana, desde donde agotados podemos contemplar toda la ciudad de Babati y su precioso lago, donde según cuentan habitan numerosos hipopótamos.
Decidimos que después de comer nos acercaríamos a la orilla en busca de la oportunidad de verlos.


Tras el paréntesis culinario y aún con la manos pringadas de los deliciosos mangos del postre, llegamos al Lago de Babati. Allí charlamos con 2 pescadores  ya en el borde del agua. Ellos nos llevarán en sus canoas hasta el lugar donde viven los hipopótamos.

Hipopótamo en Manyara
El hipopótamo es el animal que más personas mata en Africa. A pesar de ser herbívoro,  es profundamente territorial y no tolera ninguna intromisión en su hábitat. Sus más de 3000 kilos, unidos a su agresividad, sus colmillos, y al hecho de poseer una boca capaz de tragarse a  una persona entera, hacen de él un ser temido por la gente en general y por los pescadores en particular, ya que en ocasiones comparten con ellos su lugar de trabajo.


Las embarcaciones de nuestros pescadores consisten en un tronco cortado por la mitad y vaciado por dentro. Un sólo remo es suficiente para impulsarnos entre las aguas claras y someras, llenas de vegetación de ribera, juncos, y arbustos cuyas raices se entrelazan a veces por debajo del casco de nuestros botes.

A pesar de que nuestros pescadores insisten en contarnos que los hipopótamos son abundantes en el lago, en esta ocasión parece que aún no han despertado de su siesta habitual, y no encontramos ninguno en el lugar esperado.
Buscamos en otro sitio donde suelen estar, para ello atravesamos zonas llenas de pájaros diversos: garcillas, cormoranes, algún águila pescadora, e incluso garzas reales. El lugar rebosa vida, los sonidos son innumerables y la brisa es fresca. El entorno es magnífico. Cada poco tiempo  tropezamos con alguna red de pesca, y nuestros guías aprovechan para rebuscar por si ha picado algo. No pasa mucho tiempo hasta que enredada en la malla aparece la primera tilapia, un pez de tamaño mediano fundamental en la dieta de muchos tanzanos, y habitual en los numerosos lagos de agua dulce del país.

Llegamos a un claro en la vegetación cuando los remeros piden silencio, parece que han oído el resoplido de un hipopótamo. Este sonido característico es muy parecido al de una ballena cuando asoma el lomo y expulsa algo similar a un pequeño geyser fuera del agua. Todos nos callamos de inmediato. Prestamos la máxima atención. El tiempo se detiene. Observamos todo con mil ojos, y sólo se oyen los leves sonidos del remo al entrar en contacto suave con el agua tranquila del lago. Nuestra piragua se acerca un poco más entre la vegetación hacia los densos cañaverales.

No te menées que volcamos o yate de lujo en Babati. Foto by Marta Nieto.
Si pasas de ahí, mueres, nos dice el remero de la otra embarcación. Sigue sin oirse nada. Nuestro pescador golpea el casco de la canoa con el remo a modo de tam tam, para tratar de llamar la atención, pero nada nuevo ocurre. Seguimos esperando detenidos, con los ojos fijos en la profundidad de los juncos.


La canoa se acerca 2 o 3 metros más, nos empuja una mezcla de curiosidad, miedo, inconsciencia, el vértigo del que hablaba Milan Kundera. ¿Por qué seguir si podemos dar la vuelta? ¿Por qué el abismo nos atrae? Estamos al borde de la linea que según los pescadores, si traspasas puedes morir.
La tensión es máxima, solo se oye el repetido golpeteo hueco del remo en la madera. Toc, toc, toc, toc. Cualquier pájaro nos sobresalta. La inercia, el viento o la corriente, nos empujan un metro o 2 más adelante. El pescador de la otra canoa nos vuelve a advertir: "¡No entreis más!" Miramos a la cara de nuestro remero esperando una reacción que no llega. La alerta nos hace volver a mirar la espesura.

Ambos remeros esperan una buena propina por sus servicios. Si los hipos no aparecen sospechan que la recompensa será menor. Pensamos que esto es lo que está ocurriendo, y por eso el riesgo está siendo mayor.
Alguien en ese momento dice, "Ok, let´s go, vámonos"


En el camino de vuelta volvemos a rebuscar entre las redes que vamos encontrando. Un par de tilapias más aumentan la cosecha de pescado. Una vez pasados los momentos de tensión y emoción, continuamos el camino ya en aguas abiertas, entre risas y anécdotas de la situación vivida.

¿Donde estarán los hipos?

El lago está más bonito aún si cabe al atardecer. la luz naranja primero, y violácea después, muestran un paisaje espléndido. El Monte Hanang, nuestro objetivo primitivo, se ve inmenso en el horizonte, los sonidos del lago se multiplican, los colores también. La gente redobla su actividad en las orillas,  y a esta hora el trajín de caminos y mercados llega filtrado hasta nuestras canoas.
Ya cerca del punto de partida nuestros pescadores nos llevan  en busca de la última red, a un nuevo y estrecho canal otra vez rodeados de vegetación. Entre las mallas otro pez parece haber picado...
La decepción y la risa surgen simultáneas en nuestro barco cuando vemos que lo que hay en la red es un pájaro esmirriado cuyo aspecto es todavía más lamentable al tener las plumas empapadas y toda la pinta de llevar muerto unos cuantos días.
¿Cómo puede picar un pájaro en una red subacuática? Misterios de África...

Súbitamente un resoplido se oye entre los juncos. Bbrrrrffff... Esta vez todos lo hemos oido. Las risas cesan inmediatamente. No vemos de donde ha salido. Nuestros guías agudizan el oído. Nada ocurre.

Agudizan también la vista, el olfato, y sobre todo el brazo que mueve el remo por si hay que salir corriendo. En unos segundos un nuevo resoplido. Bbrrrrrrrffff.  Esta vez hemos visto salir el chorro de agua vaporizada entre la vegetación. El hipopótamo parece haberse hundido. Volvemos a respirar. Esperamos unos segundos y el pescador golpea de nuevo el casco con el remo, toc, toc, pero mucho más suavemente que antes. Esta vez el animal responde, ffffrrrrsss, un nuevo resoplido y la cabeza asoma del fondo del lago. Están a unos 50 metros. La distancia nos parece suficiente para huir, pero por la cara que ponen nuestros guías creemos que debemos estar bastante cerca del límite. ¿Y si ademas hubiera otros escondidos más cerca?
Un cuarto resoplido nos parece suficiente y salimos pitando de allí. Remamos a toda pastilla, sin mirar atrás e incluso ayudamos con nuestras manos para sumar más fuerza al impulso. Tumbados en la proa a veces quitamos ramas que entorpecen el avance. Nos vamos con toda la energía que podemos y salimos de nuevo a las aguas profundas.

Tilapia fresquita
Unas horas después, mientras comentábamos como habíamos podido pasar de ir a subir un volcán a terminar pescando hipopótamos, degustábamos exquisita tilapia a la brasa en la cálida noche de Babati. Somos 4 y sólo había 3 peces. ¿Alguien se estará comiendo el pájaro? No parece. Estamos seguros de ello porque hemos visto a uno de los pescadores con su bici en el pueblo, en un puesto del mercado comprando pescado. Aquí los pescadores no son como los de antes.

Y como en los tebeos de Astérix que siempre terminan con una gran cena tras la pequeña gran aventura, en aquel momento nuestra tilapia sustituía al tradicional jabalí asado, pero la hoguera, el cariño, la atmósfera, y la magia que se respiraba aquella noche en aquel rincón perdido de Africa no tenía nada que envidiar a la que respiraban hace 2000 años los  famosos e irreductibles galos.

2 comentarios:

belen dijo...

¿cómo que continuará? ya estás tardando en poner la continuación, que quiero saber sale el hipótamo y se come la barca ;-p

Marketing Automotion dijo...

He disfrutado como un niño (aventurero) leyéndote. Saludos desde Madrid,

Gonzalo