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21 enero 2010

Crónicas Tanzanas V: Babati. (1ª Parte). El dinero no lo compra todo.


El lago Manyara es visible camino de Babati

Decía Milan Kundera que el vértigo no es el miedo a la caída, ya que también en lo más alto de un mirador provisto de barandilla, podemos sentirlo. El vértigo significa que la profundidad nos atrae, nos seduce, y nos despierta el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.


Esta hubiera podido ser una crónica montañera, como su principio presagia, y como nuestras intenciones en aquel momento proponían, pero también en Tanzania el hombre propone, y los dioses (en este caso Morfeo) disponen.

El caso es que aquel día el despertar en Arusha fue muy duro (y sobre todo muy lento), y el primer autobús a Babati hacía ya rato que había salido, cuando los 4 llegamos a media mañana a la estación, con las mochilas cargadas con la ilusión de escalar otro volcán en Africa.

Hakuna matata! No problem! El optimismo local, tras meses de estancia en el país, nos había calado hondo, y pensamos que si el segundo autobús hace un viaje rápido, aun estamos a tiempo de hacer el trasbordo hacia Katesh, y al día siguiente comenzar la ascensión al Monte Hanang.

Tras 2 horas de viaje recorremos la asombrosa distancia de 80 km. Los autobuses a Babati son de la empresa "Mtei" y tienen unas ruedas enormes, ya que la mayoría del trayecto es por pistas de tierra. En descenso el vehículo alcanza los 90 o 100 km/h en punto muerto y bajando por gravedad, siempre tratando de coger inercia para que en la siguiente subida los pasajeros no tengan que bajarse a empujar.

Autobús saltarín
Cada cuesta arriba es una desesperación, el bus pasa de cuarta a tercera, luego a segunda, hasta que a 15 km/h al chofer no le queda más remedio que meter primera para poder terminar la pendiente.
La medida entre ejes es corta para la longitud del autobús, esto provoca que desde la rueda trasera hasta el final la distancia sea muy grande, y cuando se pisa un bache los ocupantes de las últimas filas salgan despedidos de sus asientos hacia el techo dando un bote enorme a pesar de sus esfuerzos por agarrarse.
Las primeras veces todo el mundo se troncha de risa con la gracia. Los de alante y los del medio miran para atrás cuando notan que la primera rueda pasa el boquete, anticipandose al salto que se avecina cuando pase la segunda rueda. El descojone de todos es general pero tras 4 horas de viaje os podeis imaginar las ganas de chiste que les quedaban a los pobres saltarines del fondo del autobús.

El calor aprieta y el polvo entra por todas partes. Vamos cruzando infinidad de aldeas de barro. La gente ocupa la carretera, unos caminan, otros van en burro, los niños salen del cole. En cada pueblo grande el autobús hace una parada y los vendedores ambulantes ofrecen su mercancía desde la calle. En medio del alboroto, levantan sus manos llenas de objetos hasta las ventanas. Tienen de todo: galletas, fruta, agua, cocacola, tarjetas de recarga de móvil, pilas, ¡un peine! una camiseta del barça, crema de manos, cepillos de dientes.
Mzikaki (brochetas) y Chipsi maiae
Delante de mí una señora pide por la ventanilla un chipsi maiae (tortilla de patatas fritas) a un vendedor de agua. El chico se apresura y sale corriendo hasta un puesto de comida callejera de la plaza, mientras los pasajeros van subiendo y bajando apretujados por el pasillo. El cocinero de la calle toma nota y comienza entonces batiendo los huevos. Casi todos los ocupantes del autobús están ya sentados y listos, cuando los huevos empiezan a chisporrotear en la sartén. La bocina pita indicando la inminente salida y arrancamos muy despacio entre la gente, el chico del agua recoge la tortilla caliente en una servilleta de papel y empieza a correr. La entrega del chipsi se produce ya en marcha saliendo de la estación y la devolución de las vueltas termina con el pobre vendedor totalmente asfixiado, y llegando ya a la carretera general.

En Tanzania algunas veces sube un promotor de cualquier cosa en cualquier pueblo, se sitúa en el pasillo y a modo de teletienda, en vivo y en directo, ofrece las ventajas de su catálogo de productos a la viajera concurrencia, que compra en masa hipnotizada todo lo que el promotor les oferta.

A pesar de lo ameno del viaje, estamos preocupados por el trasbordo. Está claro que ya no podremos viajar en autobús hasta Katesh, pero no dudamos que en cuanto bajemos en Babati, decenas de taxistas acudirán a nosotros, negociaremos, y aunque por un poco más de pasta de lo presupuestado, llegaremos casi de noche a nuestro destino.

Después de tanta subida a 15 por hora el paisaje cambia debido a la altitud, ya estamos llegando. El aire es fresco, está nublado y todo es verde alrededor. Babati está en una meseta donde la tierra es oscura y húmeda. El autobús entra en la población y se detiene en un descampado enorme que hace las veces de plaza del pueblo. Fin de trayecto. Desde la ventana ya podemos ver una veintena de taxis en el exterior. ¡Uf! ¡Menos mal! Hay donde elegir. La competencia hará incluso que podamos continuar por un precio no excesivo.
Estos si son problemas de transporte

Bajamos y nadie acude hasta nosotros. No nos atosigan ni acosan con preguntas... ¡Eh! ¡Qué estamos aquí...! ¡Somos turistas...! Nada...

Finalmente somos nosotros los que nos acercamos a los taxistas, que despreocupados, están de charleta y risas entre ellos, pasando de nuestra soberbia y sin hacernos ningún caso.

Habari! Queremos ir a Katesh. ¿Alguien puede llevarnos? Hay que decir que de Babati a Katesh hay 70 km, y llevar a 4 personas supondría una tarifa después de negociar de unos 60 o 70 dólares. Una pequeña fortuna para unas horas de trabajo.
Nadie se inmuta, estamos perplejos, tenemos que insistir varias veces, pero los taxistas parecen preferir su conversación y ni siquiera nos miran. Al cabo de un rato alguien se ofrece por ciento y pico dólares, pero saliendo al día siguiente porque hoy es ya muy tarde. Nos parece muy caro y además queremos llegar hoy, de otro modo no podríamos subir el Monte hasta pasado mañana, y nuestras vacaciones son sólo de 3 días. Otro chofer con bastante desgana baja un poco la oferta, pero siempre por encima de 100 dólares. Otro que va como una cuba dice que nos lleva por 50, este además si que es pesado y no se despega ni 20 cm de nuestras caras, además ni siquiera vemos que tenga coche... Empezamos a pensar en que nos tendremos que quedar en Babati. Cambiamos nuestra pregunta. ¿Alguien conoce un hostal por aquí cerca?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,me gusta mucho tu blog, es BUENÍSIMO.
DEcirte que soy de España,me llamo Javi y tambien tengo un blog que es www.javiervg12.blogspot.com
Metete te gustara.
Un salud de Javi